- ¿Por qué ocultas tu cara?
La mujer no respondió.
Seguro de no haberla visto nunca antes, esta vez se interesó por conocer el lugar de origen de esta misteriosa mujer.
- ¿En dónde vives?
Ella respondió con una voz cálida y suave:- Muy pronto lo sabrás.
Caminaron varias cuadras, hasta llegar al Cementerio. De repente la mujer gritó:
- Esta es mi casa.
En ese momento volteó el rostro hacia su acompañante, dejando ver una dentadura tan feroz, que parecía un estuche de puñales.El hombre huyó, y mientras corría tropezó con un caballero que estaba recostado a una pared. No lo conocía, pero procedió a contarle todo lo que le había sucedido, pues la pena comunicada alivia.Al hacer referencia a los enormes dientes de la aparición, el hombre preguntó con una expresión por demás sarcástica:
- ¿Y serían como estos?
Nuevamente aparecieron ante el hombre, unos filosos dientes que no desmerecían en lo absoluto a los de la mujer. El hombre corrió despavorido hasta llegar a su casa y reflexionó preso del insomnio.La Dientona le había jugado una mala pasada, pero además, lo había convencido de los peligros que acechan a los que les gusta trasnocharse.
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