Rufino Mendoza, conuquero de La Trilla, había escuchado la leyenda del viejo con el saco de huesos, pero nunca creyó en ella, pues siempre pensó que todo era puro cuento.
Una tarde montó su mula y despreocupado salió de la humilde casa de un amigo a quien había ido a visitar porque estaba con quebrantos de salud.
Eran aproximadamente las 6:30 de la tarde, cuando de pronto oscureció, el cielo se puso feo, una fuerte ráfaga de viento casi lo tumba de la mula y un sonido parecido al de un aullido de lobo escuchó, pero como obra de Dios a los pocos minutos todo se calmó y reinó de nuevo el silencio.
Por lo que Rufino pensó, que todo era producto de la misma naturaleza y continuó su camino sin pensar que se trataba de un mal presagio.
A mitad del camino, sintió sed y llegó a la quebrada La Tinaja, para tomar un poco de agua, cuando de repente volvió a escuchar el aullido que le estremeció todo su cuerpo, pensó que sólo se trataba de su imaginación, pues se echó agua en la cara y volteó para montar su mula, cuando escuchó de nuevo aquel sonido tan espeluznante que pensó que alguien estaba parado detrás de él porque un aire frío se adueñó de su cuerpo. Estupefacto y sin querer mirar atrás… esperó un rato hasta que las piernas les respondieron y se montó en su mula, repitiéndose para sus adentros que todo era producto de su imaginación y que los fantasmas no existen y mucho menos espantan. Con esa afirmación que repetía mientras avanzaba, vio una fugaz silueta que le pasó por delante de sus ojos los cuales abrió del asombro y del susto de ver aquello que jamás pensó que vería. Sudando y con su corazón palpitando aceleradamente siguió a su casa, cuando de golpe un frío inexplicable volvió apoderarse de todo su cuerpo, por lo que sus piernas y sus dientes titiritaban, agarrándose muy fuerte de la jáquima de la mula, porque sentía que lo estaban persiguiendo y que una presencia estaba cerca, empezó a rezar porque siempre había escuchado que eso ayudaba alejar a los malos espíritus, ya que lo que estaba sintiendo tendría que ser una fuerza sobrenatural y no su imaginación como lo pensó en un primer momento.
Lo cierto es que mientras más se acercaba a un frondoso árbol los ruidos eran cada vez más fuertes y lo escuchaba más cerca, pues jamás imaginó oír una voz tenebrosa que decía: lo zumbo o no lo zumbo, caigo o no caigo y en eso una rama de aquel inmenso árbol se estremeció con fuerza y apareció la silueta de un viejo quien tenía en sus manos un mecate, meciendo de un lado a otro un saco el cual soltó rápidamente y produjo un ruido estrepitoso semejando la rotura de huesos
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